En una era donde la comedia romántica intenta redefinir su propósito para audiencias que ya no se conforman con fórmulas de manual, Beso de Tres (título con el que publicamos aquí a The Threesome) irrumpe como una propuesta fresca, incómoda y emocionalmente honesta.
Lo que empieza como una noche impulsiva entre Olivia (Zoey Deutch), Connor (Jonah Hauer-King) y Jenny (Ruby Cruz) termina abriendo una conversación mucho más profunda sobre responsabilidad, deseo y la adultez emocional contemporánea.
En charla con Zoey Deutch y el director Chad Hartigan, queda claro que el objetivo no era replicar la comedia romántica, sino subvertirla. Usarla como un vehículo para hablar de aquello que normalmente se omite: las consecuencias reales de nuestros impulsos.

Beso de Tres: cómo una romcom decide crecer y volverse adulta
Aunque la premisa parezca diseñada para generar morbo, Chad Hartigan insiste en que la película nació como “una historia sobre personas tratando de no lastimarse, aunque a veces justo eso es lo que ocurre”.
En nuestra conversación, el director lo expresa con una claridad casi afectuosa: “Creo que la comedia funciona mejor cuando no intentas ser gracioso, sino honesto. El humor aparece solo cuando los personajes están siendo vulnerables.”
Esa vulnerabilidad está presente desde el guion de Ethan Ogilby —quien debuta con esta película— y se consolida en la química entre sus protagonistas. Deutch, que además es productora ejecutiva, explica que lo que más la sedujo del proyecto fue el tono: “Tenía esta mezcla entre caos, ternura y consecuencias reales. No quería hacer otra romcom donde los problemas desaparecen con un beso. Esta historia pedía hacerse cargo de sus decisiones.”
Y lo cierto es que el elenco sostiene esa promesa. Jonah Hauer-King ofrece un Connor frágil y genuino, mientras Ruby Cruz dota a Jenny de una madurez inesperada. El trío construye una tensión que permite que las escenas más absurdas convivan con momentos de incomodidad emocional profunda.
Hartigan lo resume así: “Estábamos filmando una comedia romántica donde nadie se comporta románticamente de la manera que esperarías. Ese era el punto.”

Subvertir el género: lo que hace diferente a Beso de Tres
La subversión no viene solo de la trama del “doble embarazo” —una premisa que podría caer fácilmente en el sensacionalismo—, sino de cómo la película se atreve a tratar el sexo, la responsabilidad afectiva y la maternidad con una madurez que pocas romcoms se permiten.
En una de las partes más delicadas de la cinta, Olivia considera abortar. Deutch, cuya colaboración con Planned Parenthood lleva más de una década, explica por qué insistió en asesorarse con la organización para representar el proceso: “No se trataba de convertirlo en un drama político, sino en un momento humano. Quería que Olivia sintiera miedo, dudas, enojo… pero nunca vergüenza.”
La actriz cuenta que la conversación sobre cómo narrar esa escena fue extensa y cuidadosa: “Le dije a Chad: si vamos a poner esto en pantalla, tiene que estar bien hecho. Mucha gente no sabe lo difícil que es acceder a un procedimiento así en Estados Unidos, o lo solitario que puede ser.”
Ese enfoque refresca el género. Le quita el peso de la competencia romántica y lo reemplaza por un diálogo sobre expectativas, culpa y crecimiento personal. La comedia sigue ahí, pero la risa nace del caos emocional, no del estereotipo.
Quizá por eso Beso de Tres resulta tan particular: porque es consciente de sus raíces romcom, pero decide torcerlas para contar una historia donde el amor no arregla nada por sí solo.
Deutsch lo explica con una frase que parece tesis de la película: “A veces crecer es aceptar que no hay un final feliz perfecto, pero sí puede haber un final honesto.”
Beso de Tres no intenta destronar a las comedias románticas clásicas, pero sí señala que el género puede evolucionar sin perder su encanto. En lugar de ofrecernos un romance idealizado, invita al espectador a reírse, a tensarse y a cuestionarse, todo al mismo tiempo.
El trabajo de Zoey Deutch, Ruby Cruz y Jonah Hauer-King, guiado por la sensibilidad equilibrada de Chad Hartigan, permite que la película se convierta en una romcom para una audiencia que ya dejó de creer en finales mágicos, pero sí cree en historias que se sienten verdaderas.
Y quizá ese sea el mayor logro del filme: recordarnos que el amor —como la vida adulta— no se resuelve con certezas, sino con conversaciones incómodas, decisiones complejas y pequeños actos de honestidad emocional.






